domingo, 20 de junio de 2010

LISTADO DE TEXTOS SUGERIDOS CATEDRA ABIERTA FELIX DE BEDOUT GAVIRIA

CATEDRA ABIERTA FELIX DE BEDOUT GAVIRIA

1. REVOLUCIONES Y REBELIONES DE LA ÉPOCA MODERNA. J. H. Elliot, Roland Mougnier, (Alianza Ed.)
2. LAS REVOLUCIONES BURGUESAS.PROBLEMAS TEÓRICOS. Gerhard Brendler, Manfred Kossok (Crítica)
3. LA ÉPOCA DEL ABSOLUTISMO. Heinz Duchhardt.
4. ERASMO, LA CONTRAREFORMA Y EL ESPÍRITU MODERNO. Lucien Fevbre.
5. LA EDAD DE LA RAZÓN. Will y Ariel Durant.
6. EUROPA CRISIS. Geoffrey y Parker.
7. REVOLUCIONES Y LUCHAS NACIONALES. (Historia Universal Daimon tomo 10). Carl Grimberg.
8. DICCIONARIO HISTÓRICO DE LA ILUSTRACIÓN. Vicenzo Ferrone y Daniel Roche.
9. LA EDAD DE LUIS XIV. Will y Ariel Durant.
10. LA EDAD DE VOLTAIRE. Will y Ariel Durant.
11. HISTORIA DE EUROPA. LA EUROPA DEL ANTIGUO RÉGIMEN. 1715-1783. D. Ogg.
12. LA EUROPA FRANCESA EN EL SIGLO DE LAS LUCES. Louis Reau.
13. ESPEJOS DE LA REVOLUCIÓN. Franceco Benigno.
14. EUROPA Y AMÉRICA EN LA ÉPOCA NAPOLEÓNICA. Jacques Godechot
15. LA EUROPA REVOLUCIONARIA 1783-1885. George Rudé.
16. EUROPA RESTAURACIÓN Y REVOLUCIÓN 1815-1848. Jacques Droz.
17. 1848 LAS REVOLUCIONES ROMANTICAS Y DEMOCRATICAS DE EUROPA. Jean Sigmann.
18. HISTORIAS INTIMAS DE VERSALLES. G. Lenotre.
19. LOS ORÍGENES DE LA FRANCIA CONTEMPORÁNEA. Hipolito Taine.
20. MEMORIAS. Duque de Saint Simon.
21. DISCURSO PRELIMINAR DE LA ENCICLOPEDIA. Jean le Rond D` Alambert.
22. ANTROPOLOGÍA E HISTORIA EN EL SIGLO DE LAS LUCES. Michelle Duchet.
23. LA REVOLUCIÓN FRANCESA. Hilarie Belloc.
24. ESTUDIOS SOBRE LA REVOLUCIÓN FRANCESA Y EL ANTIGUO RÉGIMEN. D. Rich et. G. Chassinand – Nogaret.
25. LOS ORIGENES DE LA REVOLUCION FRANCESA. La toma de la Bastilla. Jacsque Godechot.
26. HISTORIA SOCIAL DE LA REVOLUCIÓN FRANCESA. Norman Hammpson.
27. CAUSAS DE LA REVOLUCIÓN FRANCESA. Jean Jaures.
28. HISTORIA DE LA REVOLUCIÓN FRANCESA. Alfonso de Lamartine.
29. HISTORIA DE LOS GIRONDINOS. Alfonso de Lamartine.
30. MITOS DE LA REVOLUCIÓN FRANCESA. Alice Gerard.
31. LA REVOLUCIÓN FRANCESA Y LA PSICOLOGÍA DE LAS REVOLUCIONES. Gustav Lebón.
32. LA REVOLUCIÓN FRANCESA Y LOS CAMPESINOS. George Lefevbre.
33. LA REVOLUCIÓN FRANCESA Y EL IMPERIO. George Lefevbre.
34. 1789 LA REVOLUCIÓN FRANCESA. George Lefevbre.
35. LOS HOMBRES DE LA REVOLUCION FRANCESA. Louis Madeline.
36. CONSIDERACIONES SOBRE FRANCIA. Joseph de Maistre.
37. LA REVOLUCIÓN FRANCESA. Albert Mattiez.
38. MEMORIAS DE FOUCHE.
39. HISTORIA DE LA REVOLUCIÓN FRANCESA. Julio Michelet.
40. LA REVOLUCIÓN FRANCESA. George Rudé.
41. EL ESPIRÍTU DE LA REVOLUCIÓN. Saint Just.
42. ¿QUÉ ES EL TERCER ESTADO? Sieyés.
43. LA REVOLUCION FRANCESA. Albert Soboul.
44. COMPENDIO DE LA HISTORIA DE LA REVOLUCIÓN FRANCESA. Albert Soboul.
45. LA CRISIS DEL ANTIGUO RÉGIMEN. Albert Soboul.
46. LAS CLASES SOCIALES DE LA REVOLUCIÓN FRANCESA. Albert Soboul.
47. PROBLEMAS CAMPESINOS DE LA REVOLUCIÓN. Albert Soboul.
48. LOS SANS- CULOTES. Albert Soboul.
49. TALLEYRAND. Jean Orieux.
50. LA REVOLUCIÓN FRANCESA DEL IMPERIO. Alfredo Traversoni.
51. LA CAÍDA DE LA MONARQUÍA. Michel Vovelle.
52. INTRODUCCIÓN A LA HISTORIA DE LA REVOLUCIÓN FRANCESA. Michel Vovelle.
53. VOCABULARIO BÁSICO DE LA REVOLUCIÓN FRANCESA. Michel Peronnet.
54. LA REPÚBLICA BURGUESA. Dennis Woronoff.
55. LA LUCHA DE CLASES EN EL APOGEO DE LA REVOLUCIÓN FRANCESA. Daniel Guerin.
56. LA FRANCIA BURGUESA. Charles Moraze.
57. LA COMUNA. Albert Ollivier.
58. LA COMUNA Y EL PROLETARIADO. J. Castellote.
59. ESPAÑA Y LA REVOLUCIÓN FRANCESA. Jean Rene Aymes.
60. LA QUIEBRA DE LA MONARQUÍA ABSOLUTA. Joseph Fontana.

Publicado por ORIGENES INTELECTUALES DE LA REVOLUCIÓN FRANCESA

viernes, 11 de junio de 2010

AGENDA CULTURAL UNIVERSIDAD DE ANTIOQUIA.

lunes, 7 de junio de 2010

ARTÍCULO SOBRE LA CEGUERA.

(A propósito de las elecciones presidenciales del 30 de mayo en Colombia)

Por: Sergio Andrés Giraldo Galeano.

A mi amigo César Cano Muñoz, porque sé que a pesar de todo continúa creyendo en la Utopía.


Podría decirse que la distopía es una utopía desesperanzadora o una utopía siniestra. Si la Utopía nos invita a caminar –según la bellísima imagen de Eduardo Galeano-, la distopía nos obliga a paralizarnos. Si la Utopía es pulsión creadora, la distopía es atonía inmovilista. Si la Utopía es la expresión más depurada de nuestra capacidad imaginativa, la distopía es la máxima expresión del pesimismo. Si la Utopía es Igualdad, la distopía es sometimiento. Si la Utopía es Libertad, la distopía es esclavitud.

Sin embargo, la Utopía y la distopía se ven envueltas en una situación doblemente dialéctica: primero, comparten un mismo origen pues ambas parten de una crítica al presente para plantear una visión del futuro; y, segundo, la Utopía puede contener elementos distópicos, así como la distopía puede albergar situaciones utópicas. Esto dependerá de los sueños, proyectos o intereses que cada ser humano tenga, ya que “mis Utopías se pueden convertir en las pesadillas de los otros”.

La literatura utópica se funda en la Idea de Progreso y defiende la creencia en que, algún día, será posible alcanzar un máximo de bienestar para todos y para todas. La literatura distópica, por el contrario, tiene la visión de un futuro en el que no habrá lugar para principios esperanzadores y en donde las situaciones más trágicas siempre tenderán a empeorar.

Hace algunos años, cuando era estudiante de segundo semestre de Derecho, el Maestro Félix de Bedout Gaviria me recomendó la lectura de una novela bastante ignota que, junto a “Un Mundo Feliz” (1932) de Aldous Huxley y a “1984” (1948) de George Orwell, conforma la trilogía de las mejores distopías literarias del siglo XX. Se trata de “Nosotros” escrita en 1920 por el ruso Yevgeni Zamiatin.

“Nosotros” es una obra distópica verdaderamente desgarradora. El protagonista, D-503, quien es simplemente un número, relata la historia mientras escribe en su diario. Él hace parte de un reducido grupo rebelde que se enfrenta a un gobierno inconmensurablemente autoritario y que le confía la misión de destruir una mega-construcción que cruza la Tierra de Este a Oeste y que se conoce como el “Muro Verde”. Curioso es anotar que este cuadro es una prefiguración asombrosa del Muro construido en Berlín en la noche del 12 al 13 de agosto de 1961, y que no sólo dividió a la Alemania de la posguerra, sino al mundo entero.

En la novela existe una institución que gobierna todas la zonas del planeta, y que Zamiatin denomina el Estado Único (recordemos que Huxley utiliza el término Estado Mundial y Orwell hace referencia a El Gran Hermano). El Estado Único controla la vida pública y privada de los ciudadanos destruyendo su intimidad por medio de mecanismos inverosímiles de vigilancia y control como, por ejemplo, la construcción de edificios de cristal que le permiten observar lo que hacen las personas en sus casas. El Estado Único persigue y reprime a los disidentes en tanto promueve en sus gobernados una homogenización del pensamiento y del comportamiento, anulando, de esta manera, su individualidad y su personalidad. El Yo se subsume en la colectividad, de ahí el título de la obra: Nosotros.

La naturaleza distópica de esta novela radica, precisamente, en que los pocos personajes que están inconformes con el régimen y que se atreven a luchar para transformar las condiciones de opresión en las que viven, nunca podrán hacer realidad sus ideales de Libertad y de Justicia. En este orden de ideas, “Nosotros” va en contravía de la Utopía porque en el mundo visionado por Zamiatin no existe otra alternativa que vincularse a la masa para obedecer al Estado Único, y sólo se garantiza la materialización efectiva de un derecho: el derecho a ser castigado.

No me atrevo a afirmar con la misma vehemencia de algunos amigos míos que en Colombia existe un Estado Fascista parecido al descrito por Zamiatin; pero convengo con ellos en que actualmente padecemos los despropósitos de un gobierno de derecha que intenta implantar un modelo de Estado que puede estar encaminado en esa dirección. Lo peor de todo es presenciar cómo el pueblo colombiano –consciente o inconscientemente- legitima y convalida ese proceso de fascistización.

Creo que en nuestra sociedad se han enquistado unos imperativos de inmoralidad que dirigen, tanto las actuaciones del Estado, como las del mismo Pueblo. Convertirse en mafioso o en contrabandista, en paramilitar o en narcotraficante, es la mejor manera de obtener respeto y reconocimiento. Para la mayoría de mis compatriotas el ejemplo lo da el traqueto. La sabiduría popular prescribe que “hay que comportarse como el traqueto, si esto no es posible, hay que volverse amigo del traqueto y, si esto tampoco se puede, entonces mínimamente hay que admirar y apoyar al traqueto”.

No hablemos de fascismo pues esta es una categoría política bastante controversial. Digamos más bien que en Colombia se está imponiendo -tal y como lo ha catalogado Gustavo Petro- una “cultura traqueta”. Por eso más que de fascistización, es válido hablar de un proceso paulatino de traquetización del pueblo colombiano. Proceso este que viene avanzando desde la década de los 80 del siglo XX, pero que ha adquirido una aceleración vertiginosa (y vergonzosa) durante los ocho años del gobierno de Álvaro Uribe Vélez.

Las elecciones a la presidencia de la República de Colombia realizadas el pasado 30 de mayo de 2010, son la demostración incontrovertible de la anuencia y de la complacencia que mis coterráneos encuentran con un gobierno traqueto. Mi amigo César Cano Muñoz me escribió hace poco un correo preñado de frustración, en el que reflexiona sobre la victoria obtenida por Juan Manuel Santos en la primera vuelta:

“Una cosa es que la gente sea ignorante y otra muy distinta es que se empecine con el olvido. Desplazados, desempleados, venteros de la calle, en definitiva, los que han sido víctimas de los santos ubérrimos, son ahora los que eligen de nuevo el garrote. Y es que la pobreza puede curarse pero no la estupidez. Si bien hubo presiones de todo tipo, campaña sucia, chantajes, clientelismo, y todo lo que se alcance a imaginar, estoy convencido de que un gran volumen de esos casi siete millones de votos, fueron dados por personas a las que, si bien no se les puede exigir conciencia política, tampoco se les puede justificar su empecinamiento con el olvido. No me extrañaría ver, el 7 de agosto de 2018, a José Obdulio Gaviria recibiendo la faja presidencial”.

Este mensaje, que destila a borbotones frustración y desengaño, se erige como un “de profundis”; como el lamento salido de las profundidades de un espíritu humanista que, desafortunadamente, será desoído. Más aún, en Colombia todo aquel que se atreve a romper filas frente a la homogenización mental que se nos impone, y a elevar su voz disidente en contra del régimen corrupto de la Casa de Nariño, es considerado un terrorista, un perverso, un anormal ó un enfermo. Zamiatín nos brinda esta imagen atroz de D-503, personaje principal de “Nosotros”, quien intenta apartarse del Estado Único:

“Seguíamos marchando al mismo compás de los demás, y sin embargo, yo estaba separado de ellos. Este incidente me había sobresaltado tanto, que seguía temblando con todo mi cuerpo. De pronto me sentí a mí mismo y a mi propio yo. Todos aquellos que se dan cuenta de sí mismos, son conscientes de su individualidad, pero solamente el ojo inflamado, el dedo lastimado, el diente enfermo se evidencian; pues el ojo sano, el dedo indemne, y el diente intacto no parecen existir. De modo que sin duda alguna y con absoluta certeza uno está enfermo cuando siente su propia personalidad”

¡Qué cuadro tan brutal! Que terrible es pensar que quienes no estamos de acuerdo con las artimañas con las que se viene gobernando a Colombia desde el año 2002 padecemos una patología que nos inclina al mal, porque los buenos –que son la mayoría- apoyan al régimen uribista, lo que es prueba suficiente de que gozan de buena salud.

No quiero decir con esto que quienes no nos sentimos recogidos en el proyecto de traquetización uribista seamos los verdaderamente sanos y que los realmente contaminados sean los otros, es decir, aquellos que están felices con el gobierno de Álvaro Uribe Vélez. Para mí el pueblo colombiano -uribista o antiuribista- sufre, en menor o en mayor medida, un padecimiento degenerativo, cuya cura aún no hemos podido descubrir. Carlos Marx, lo denominó “Alienación”, Erich Fromm lo llamó “Miedo a la Libertad”. Pero es José Saramago quien lo diagnostica con mayor exactitud: ¡NUESTRO MAL SE LLAMA CEGUERA! Los colombianos estamos ciegos.

“Por qué nos hemos quedado ciegos, No lo sé, quizá un día lleguemos a saber la razón, Quieres que te diga lo que estoy pensando, Dime, Creo que no nos quedamos ciegos, creo que estamos ciegos, Ciegos que ven, Ciegos que, viendo, no ven”. (José Saramago, “Ensayo sobre la Ceguera”)

En esta novela, el Premio Nóbel portugués nos habla de un extraño tipo de ceguera que comienza a infestar a los seres humanos y que se propaga rápidamente por todos los rincones del planeta. Lo extraño de esta ceguera es que no sume a la víctima en la oscuridad, sino en una luminosidad blanca y opaca. Se deduce de allí que Saramago está hablando, no de una ceguera física, sino de una ceguera mental. Yo me atrevería a considerarla una ceguera voluntaria y me apoyo en esta metáfora para darle apellido a este artículo y para llamar la atención sobre la pérdida de visión del pueblo colombiano:

Están ciegos quienes, a pesar del genocidio velado tras el rótulo eufemístico de “falsos positivos”, votaron por el Ex – Ministro de Defensa Juan Manuel Santos Calderón quien es el responsable directo de estas masacres.

Están ciegos quienes continúan dando su aval a Álvaro Uribe Vélez a pesar de la yidispolítica, de la parapolítica, del enriquecimiento obtenido por sus hijos gracias a la Zona Franca creada en el Municipio de Mosquera (Cundinamarca) para su único beneficio y de la empresa criminal organizada tras el Departamento Administrativo de Seguridad (D.A.S), y cuyas acciones menos graves, cuales son “chuzar” o espiar a Magistrados, periodistas y miembros de la oposición, terminaron por ocultar infames actos de terrorismo, como ejecutar atentados contra dirigentes políticos y colocar bombas en lugares públicos para endilgárselas a la guerrilla.

Están ciegos los trabajadores de Colombia porque ya olvidaron que Álvaro Uribe Vélez lleva dos décadas atentando contra los derechos laborales maquinando normas como la ley 50 de 1990, la ley 100 de 1993 y ley 789 de 2002.

Están ciegos los cristianos de todas las vertientes que siguen confiando en unos sacerdotes y pastores que predican el amor infinito de un dios benevolente en tanto asisten a los juramentos de bandera y a las paradas militares para bendecir a uno de los ejércitos que más atenta contra los Derechos Humanos en el mundo. Esos mismos pastores y sacerdotes que en 500 años no han podido superar sus diferencias en cuanto a la “santidad o no de la virgen María”, pero que lograron encontrar inspiración divina para unirse y consagrar en corro la candidatura de Juan Manuel Santos Calderón.

Están ciegos los negros y los indígenas porque continúan nombrando como sus representantes a los mismos socarrones que históricamente los han traicionado y que acaban de unirse a la campaña de Juan Manuel Santos Calderón.

Están ciegos los que todavía no han descubierto ni sombra de corrupción en Andrés Felipe Arias y siguen creyendo que es casi un ángel y que no hace milagros por perezoso.

Están ciegos quienes afirman que el PIN (partido político conformado por familiares de mafiosos, narcos y paramilitares) no puso su fuerza electoral equivalente a casi un millón de votos al servicio de Juan Manuel Santos y que no hará parte de la coalición de gobierno en el Congreso de la República.

Están ciegos quienes siguen viendo ideas progresistas y socialdemócratas en el Partido Liberal. Están ciegos quienes creen que Nohemí Sanín había marcado distancia con Juan Manuel Santos y que el Partido Conservador no se adheriría al Partido de la U en la segunda vuelta. Están ciegos los que, alelados por un discurso grandilocuente, creyeron que Germán Vargas Lleras brindaba la posibilidad de un cambio y que encarnaba la renovación de la política colombiana. ¡Ciegos estamos! Todavía no hemos podido ver que tanto Cambio Radical, como el Partido Liberal y el Partido Conservador subsisten gracias a las cuotas burocráticas y al dinero que diariamente le liban al erario público y que desde hace 8 años administra el uribismo.

Están ciegos quienes persisten en hacernos creer que Antanas Mockus resolvió, gracias al “neoinstitucionalismo”, las contradicciones que existen entre democracia y neoliberalismo, entre protección de los intereses nacionales y respaldo al TLC, entre fortalecimiento de la soberanía y complacencia con la presencia de tropas extranjeras en nuestro territorio. Lo digo nuevamente, el programa de Mockus, así como su discurso, por paradojal que parezca tratándose de un científico, están por fuera de toda lógica y se cubren con “el traje nuevo del emperador”.

Están ciegos los dirigentes del Polo Democrático Alternativo que consideran una victoria el haber obtenido menos de la mitad de los votos que nos respaldaron hace cuatro años. Ciegos están Gustavo Petro y Carlos Gaviria porque fueron incapaces de superar oportunamente sus diferencias políticas (y personales) en aras de preservar la unidad del POLO. Están ciegos los miembros del POLO que no atienden los serios cuestionamientos hechos a la administración de Samuel Moreno y que van a generar que el uribismo recupere la Alcaldía de Bogotá. Estamos ciegos al creer que estos errores no cercenarán la posibilidad de que la Izquierda Democrática algún día pueda gobernar en Colombia.

El pueblo de Colombia está ciego, no así los magnates, mafiosos y mercaderes de la fe que lo gobiernan. ¡Ellos si ven! ¡Ellos si tienen suficiente claridad en sus objetivos! Ellos no parpadean ni un segundo porque saben que ese sólo descuido le puede significar la pérdida de su Poder.

No creo que Yevgeni Zamiatín haya influido de manera considerable la obra literaria de José Saramago. Pero estoy seguro que es esa incapacidad para ver, expuesta en el “Ensayo sobre la Ceguera”, y de la que sufren algunos pueblos, la que genera los excesos y arbitrariedades de los estados totalitarios radiografiados en “Nosotros”. La ceguera conduce al autoritarismo y a la victoria de la distopía. La lucidez fortalece la democracia y permite seguir avanzando en la construcción de mundos perfectibles. La lucidez –por decirlo de alguna manera- engendra la Utopía.

A pesar de que se perfilan en el horizonte otros cuatro años de iniquidades por parte del gobierno colombiano, que estará garantizando, además, la continuidad de sus políticas retardatarias y genocidas a favor de los ricos; a pesar de que se dispone con total impunidad ese escenario distópico, yo mantengo viva mi esperanza –mi Utopía- en que el Pueblo colombiano despertará. Soy consciente de lo difícil que es esto, dada la facultad que históricamente hemos tenido para demostrar que nuestra estupidez puede aumentar día tras día. Muchos hombres y mujeres sensibles ante la brutalidad imperante, y cansados de tanto luchar, han optado por buscar la realización de sus utopías en países “un poco menos siniestros”. Colombia todos los días se parece más a una pesadilla, pero como dice Michael Moore en “Capitalismo: una historia de amor”, su más reciente documental: “Me resisto a vivir en un país así. Y no me voy”.

Tal vez en ello radique mi lucidez… o mi ceguera.

Junio 7 de 2010.

martes, 1 de junio de 2010

DESECHANDO LO DESECHABLE

Seguro que el destino se ha confabulado para complicarme la vida.

No consigo acomodar el cuerpo a los nuevos tiempos.

O por decirlo mejor: no consigo acomodar el cuerpo al “use y tire” ni al “compre y compre” ni al “desechable”.

Ya sé, tendría que ir a terapia o pedirle a algún siquiatra que me medicara.

Lo que me pasa es que no consigo andar por el mundo tirando cosas y cambiándolas por el modelo siguiente sólo porque a alguien se le ocurre agregarle una función o achicarlo un poco.

No hace tanto con mi mujer lavábamos los pañales de los gurises.

Los colgábamos en la cuerda junto a los chiripás; los planchábamos, los doblábamos y los preparábamos para que los volvieran a ensuciar.

Y ellos… nuestros nenes… apenas crecieron y tuvieron sus propios hijos se encargaron de tirar todo por la borda (incluyendo los pañales).

¡Se entregaron inescrupulosamente a los desechables!

Sí, ya sé… a nuestra generación siempre le costó tirar.

¡Ni los desechos nos resultaron muy desechables!

Y así anduvimos por las calles uruguayas guardando los mocos en el bolsillo y las grasas en los repasadores. Y nuestras hermanas y novias se las arreglaban como podían con algodones para enfrentar mes a mes su fertilidad.

¡Nooo! Yo no digo que eso era mejor.

Lo que digo es que en algún momento me distraje, me caí del mundo y ahora no sé por dónde se entra.

Lo más probable es que lo de ahora esté bien, eso no lo discuto.

Lo que pasa es que no consigo cambiar el equipo de música una vez por año, el celular cada tres meses o el monitor de la computadora todas las navidades.

¡Guardo los vasos desechables! ¡Lavo los guantes de látex que eran para usar una sola vez! ¡Apilo como un viejo ridículo las bandejitas de espuma plast de los pollos! ¡Los cubiertos de plástico conviven con los de alpaca en el cajón de los cubiertos!

Es que vengo de un tiempo en que las cosas se compraban para toda la vida.

¡Es más! ¡Se compraban para la vida de los que venían después!

La gente heredaba relojes de pared, juegos de copas, fiambreras de tejido y hasta palanganas y escupideras de loza.

Y resulta que en nuestro no tan largo matrimonio, hemos tenido más cocinas que las que había en todo el barrio en mi infancia y hemos cambiado de heladera tres veces.

¡Nos están jodiendo!

¡¡Yo los descubrí… lo hacen adrede!!

Todo se rompe, se gasta, se oxida, se quiebra o se consume al poco tiempo para que tengamos que cambiarlo.

Nada se repara.

¿Dónde están los zapateros arreglando las medias suelas de las Nike?

¿Alguien ha visto a algún colchonero escardando sommier casa por casa?

¿Quién arregla los cuchillos eléctricos? ¿El afilador o el electricista?

¿Habrá teflón para los hojalateros o asientos de aviones para los talabarteros?

Todo se tira, todo se deshecha y mientras tanto producimos más y más basura.

El otro día leí que se produjo más basura en los últimos 40 años que en toda la historia de la humanidad.

El que tenga menos de 40 años no va a creer esto: ¡¡Cuando yo era niño por mi casa no pasaba el basurero!!

¡¡Lo juro!! ¡Y tengo menos de 50 años!

Todos los desechos eran orgánicos e iban a parar al gallinero, a los patos o a los conejos (y no estoy hablando del siglo XVII)

No existía el plástico ni el nylon.

La goma sólo la veíamos en las ruedas de los autos y las que no estaban rodando las quemábamos en San Juan.

Los pocos desechos que no se comían los animales, servían de abono o se quemaban.

De por ahí vengo yo.

Y no es que haya sido mejor.

Es que no es fácil para un pobre tipo al que educaron en el “guarde y guarde que alguna vez puede servir para algo” pasarse al “compre y tire que ya se viene el modelo nuevo”.

Mi cabeza no resiste tanto.

Ahora mis parientes y los hijos de mis amigos no sólo cambian de celular una vez por semana, sino que además cambian el número, la dirección electrónica y hasta la dirección real.

Y a mí me prepararon para vivir con el mismo número, la misma mujer, la misma casa y el mismo nombre (y vaya sí era un nombre como para cambiarlo)

Me educaron para guardar todo.

¡Toooodo!

Lo que servía y lo que no.

Porque algún día las cosas podían volver a servir.

Le dábamos crédito a todo.

Sí… ya sé, tuvimos un gran problema: nunca nos explicaron qué cosas nos podían servir y qué cosas no.

Y en el afán de guardar (porque éramos de hacer caso) guardamos hasta el ombligo de nuestro primer hijo, el diente del segundo, las carpetas de jardinera… y no sé cómo no guardamos la primera caquita.

¡¿Cómo quieren que entienda a esa gente que se desprende de su celular a los pocos meses de comprarlo?!

¿Será que cuando las cosas se consiguen fácilmente no se valoran y se vuelven desechables con la misma facilidad con que se consiguieron?

En casa teníamos un mueble con cuatro cajones.

El primer cajón era para los manteles y los repasadores, el segundo para los cubiertos y el tercero y el cuarto para todo lo que no fuera mantel ni cubierto.

Y guardábamos.

¡¡Cómo guardábamos!!

¡¡Tooooodo lo guardábamos!!

¡Guardábamos las chapitas de los refrescos!

¡¿Cómo para qué?!

Hacíamos limpia calzados para poner delante de la puerta para quitarnos el barro. Dobladas y enganchadas a una piola se convertían en cortinas para los bares.

Al terminar las clases le sacábamos el corcho, las martillábamos y las clavábamos en una tablita para hacer los instrumentos para la fiesta de fin de año de la escuela.

¡Tooodo guardábamos!

Las cosas que usábamos: mantillas de faroles, ruleros, ondulines y agujas de primus.

Y las cosas que nunca usaríamos.

Botones que perdían a sus camisas y carreteles que se quedaban sin hilo se iban amontonando en el tercer y en el cuarto cajón.

Partes de lapiceras que algún día podíamos volver a precisar.

Cañitos de plástico sin la tinta, cañitos de tinta sin el plástico, capuchones sin la lapicera, lapiceras sin el capuchón.

Encendedores sin gas o encendedores que perdían el resorte. Resortes que perdían a su encendedor. Cuando el mundo se exprimía el cerebro para inventar encendedores que se tiraran al terminar su ciclo, los uruguayos inventábamos la recarga de los encendedores descartables.

Y las Gillette -hasta partidas a la mitad- se convertían en sacapuntas por todo el ciclo escolar. Y nuestros cajones guardaban las llavecitas de las latas de paté o del corned beef, por las dudas que alguna lata viniera sin su llave.

¡Y las pilas!

Las pilas de las primeras Spica pasaban del congelador al techo de la casa.

Porque no sabíamos bien si había que darles calor o frío para que vivieran un poco más.

No nos resignábamos a que se terminara su vida útil, no podíamos creer que algo viviera menos que un jazmín.

Las cosas no eran desechables… eran guardables.

¡¡Los diarios!! Servían para todo: para hacer plantillas para las botas de goma, para poner en el piso los días de lluvia y por sobre todas las cosas para envolver. ¡Las veces que nos enterábamos de algún resultado leyendo el diario pegado al cuadril!

Y guardábamos el papel plateado de los chocolates y de los cigarros para hacer guías de pinitos de navidad y las páginas del almanaque del Banco de Seguros para hacer cuadros, y los cuentagotas de los remedios por si algún remedio no traía el cuentagotas y los fósforos usados porque podíamos prender una hornalla de la Volcán desde la otra que estaba prendida y las cajas de zapatos que se convirtieron en los primeros álbumes de fotos.

Y las cajas de cigarros Richmond se volvían cinturones y posamates, y los frasquitos de las inyecciones con tapitas de goma se amontonaban vaya a saber con qué intención, y los mazos de cartas se reutilizaban aunque faltara alguna, con la inscripción a mano en una sota de espada que decía “éste es un 4 de bastos”.

Los cajones guardaban pedazos izquierdos de palillos de ropa y el ganchito de metal.

Al tiempo albergaban sólo pedazos derechos que esperaban a su otra mitad para convertirse otra vez en un palillo.

Yo sé lo que nos pasaba: nos costaba mucho declarar la muerte de nuestros objetos.

Así como hoy las nuevas generaciones deciden “matarlos” apenas aparentan dejar de servir, aquellos tiempos eran de no declarar muerto a nada… ni a Walt Disney.

Y cuando nos vendieron helados en copitas cuya tapa se convertía en base y nos dijeron “Tómese el helado y después tire la copita”, nosotros dijimos que sí, pero… ¡minga que la íbamos a tirar! Las pusimos a vivir en el estante de los vasos y de las copas.

Las latas de arvejas y de duraznos se volvieron macetas y hasta teléfonos.

Las primeras botellas de plástico -las de suero y las de Agua Jane- se transformaron en adornos de dudosa belleza.

Las hueveras se convirtieron en depósitos de acuarelas, las tapas de bollones en ceniceros, las primeras latas de cerveza en portalápices y los corchos esperaron encontrarse con una botella.

Y me muerdo para no hacer un paralelo entre los valores que se desechan y los que preservábamos.

No lo voy a hacer.

Me muero por decir que hoy no sólo los electrodomésticos son desechables; que también el matrimonio y hasta la amistad es descartable.

Pero no cometeré la imprudencia de comparar objetos con personas.

Me muerdo para no hablar de la identidad que se va perdiendo, de la memoria colectiva que se va tirando, del pasado efímero.

No lo voy a hacer.

No voy a mezclar los temas, no voy a decir que a lo perenne lo han vuelto caduco y a lo caduco lo hicieron perenne.

No voy a decir que a los ancianos se les declara la muerte apenas empiezan a fallar en sus funciones, que los cónyuges se cambian por modelos más nuevos, que a las personas que les falta alguna función se les discrimina o que valoran más a los lindos, con brillo y glamour.

Esto sólo es una crónica que habla de pañales y de celulares.

De lo contrario, si mezcláramos las cosas, tendría que plantearme seriamente entregar a la bruja como parte de pago de una señora con menos kilómetros y alguna función nueva.

Pero yo soy lento para transitar este mundo de la reposición y corro el riesgo que la bruja me gane de mano … y sea yo el entregado.

Y yo…no me entrego.

Autor: Marciano Durán